jueves, 6 de febrero de 2020

Infarto de miocardio: cuando el cuerpo avisa, ve a urgencias


Por  Ana De Luis Otero Un dolor precordial, una sensación de mareo, rigidez en la mandíbula, náuseas, sudoración, dolor en el hombro o en la espalda, malestar general, dolor en un brazo todo ello o parte de ello puede significar que estamos teniendo un amago de infarto o un infarto de miocardio dependiendo de la intensidad y puede durar más de cinco minutos.

El infarto agudo de miocardio es una entidad englobada en el grupo de síndromes coronarios agudos. Todos ellos se caracterizan por la aparición brusca de un cuadro de sufrimiento isquémico (falta de riego) a una parte del músculo del corazón producido por la obstrucción aguda y total de una de las arterias coronarias que lo alimentan.
El infarto de miocardio y la angina de pecho representan entidades diferentes, aunque su expresión clínica pueda ser en ocasiones indiferenciable, incluso para un médico con experiencia. Comparten un trasfondo fisiopatológico común: la aterosclerosis —término que proviene del griego ater (‘masa’) y esclerosis (‘endurecimiento’)—.
La aterosclerosis es una enfermedad inflamatoria que condiciona una mayor rigidez y pérdida de elasticidad de las arterias, así como una reducción en el diámetro de su luz por la acumulación progresiva en su interior de depósitos de calcio y otros componentes. Cuando la aterosclerosis afecta a las arterias que suministran sangre al propio corazón (arterias coronarias), se habla de enfermedad coronaria o bien de cardiopatía isquémica, términos que, con expresiones diferentes, significan exactamente lo mismo.
El infarto de miocardio es la principal causa de muerte de hombres y mujeres en todo el mundo.
Con el término infarto se define una zona de tejido que ha muerto por no haber recibido riego sanguíneo (y, por lo tanto, oxígeno) durante un tiempo suficiente como para que las células de ese tejido dejen de funcionar de manera irreversible. En ocasiones, entre la población general se utiliza la expresión ataque al corazón para referirse a un infarto, pero este puede ocurrir en cualquier órgano o tejido, como el cerebro (ictus cerebral), el pulmón, el riñón o el bazo, por citar las localizaciones más frecuentes.
Lógicamente, la repercusión del infarto está directamente relacionada tanto con la importancia vital del órgano afectado como con la extensión de la zona que en ese determinado órgano ha quedado privada de riego y muere por falta de oxígeno. Cuando se dice que alguien ha tenido un infarto, normalmente se hace referencia a un infarto de corazón o miocardio (músculo cardíaco), en el cual una determinada zona del corazón queda sin riego durante el suficiente tiempo como para que se produzca la muerte de las células del área privada del flujo sanguíneo.
Si además, nos lo confirma el médico mediante un electrocardiograma, si tenemos una elevación de las enzimas cardíacas, se ve en una radiografía de tórax que tenemos líquido en los pulmones o el corazón está agrandado, significa que deben tratarlo de inmediato porque las consecuencias en la rapidez podrán suponer que tengamos una vida normal o que sea un desenlace inesperado. Este proceso de muerte celular se denomina necrosis.
Por otro lado, padecer una angina de pecho será la consecuencia del aporte insuficiente de oxígeno al corazón, necesario para satisfacer sus requerimientos en un momento determinado. Esta puede manifestarse con unos síntomas concretos (lo más frecuente), aunque también puede cursar de una forma completamente asintomática (denominada silente). En ambos tipos de angina se produce una isquemia o falta de aporte sanguíneo al miocardio.
La edad de riesgo oscila entre los 45 y los 65 años si además el paciente es o ha sido fumador, tiene colesterol, la diabetes, la tensión alta (hipertensión arterial), la predisposición familiar y el estrés son desencadenantes de un cuadro de amago de infarto o de un infarto en sí mismo. El abordaje del infarto combina varios tratamientos a la vez ante la sospecha del ataque si bien, antes de confirmar el diagnóstico, se pauta oxígeno, aspirina para evitar coágulos de sangre, nitroglicerina para disminuir el trabajo del corazón y mejorar el flujo de sangre y varias medicinas como trombolíticos, antiagregantes planetarios, anticoagulantes, betabloqueantes o inhibidos de la enzima convertidor de la angiotensina.
En el interim puede que el médico decida hacer un abordaje no farmacológico y elija poner uno o varios bypass coronarios para evitar el bloqueo de la sangre o bien realizará una angioplastia con balón que se puede utilizar para abrir las arterias bloqueadas con un coágulo
Hay que señalar que si una persona ha presentado un infarto respecto de otra de la misma edad que no lo ha tenido, debe ser mucho más estricto en lo relativo al abandono del tabaco, la práctica de ejercicio físico regular, la alimentación adecuada (incluyendo restricción de grasas de origen animal y mantenimiento del peso correcto) y el control de las cifras de tensión, del colesterol y de azúcar en sangre.
De por vida, tendrá que tomar medicinas para que la recuperación sea satisfactoria y de esa forma se eviten otras complicaciones derivadas del mismo como son accidentes cerebrales, aneurismas, etc.
Normalmente un mes antes de tener un amago de infarto podemos presentar un cansancio poco habitual, tos seca, presión en el pecho, fatiga, mareos y sudores fríos, cierta dificultad para respirar, sensación de ahogo al subir escaleras, etc. Si presenta cualquiera de los descritos debe acudir de inmediato a urgencias o bien llamar al servicio de atención domiciliaria aunque si lo puede evitar, es mejor que acuda a un hospital. La rapidez a la hora de abordar el amago de infarto evitaría uno agudo y las consecuencias y por tanto, los riesgos se reducen. De no ser así, la mortalidad estará presente hasta en un 40 % de los casos y actualmente con los medios que existen no es necesaria vivir esta situación.

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