Aparentemente
el enfrentamiento dinástico entre Keiko y Kenji Fujimori no
conoce estos límites. Ahora se sabe que la grabación de las conversaciones de
Kenji y sus operadores, Bienvenido Ramírez, Bruno Giuffra, Alberto Borea y
Guillermo Bocángel, fue un cuidadoso operativo montado por la dirección del
keikismo. Fue una emboscada cuidadosamente planificada, con el objetivo de
grabar a Kenji y al propio presidente Kuczynski en el acto de comprar el voto
de un parlamentario, para impedir la vacancia en marcha.
Todo fue fríamente planificado. Se
escogió al parlamentario Moisés Mamani evaluando que su condición de
provinciano y serrano crearía la ilusión entre los kenjistas de que sería fácil
manipularlo. Por eso, según Hildebrandt en sus 13, denominaron a la emboscada
“Operación Huachito”. Quienes cayeron redondos fueron los kenjistas.
Basta oír al ministro Bruno Giuffra, en una frase flor de criollada: “Tú sigue
no más compadre ya sabes cómo es la nuez y qué cosas vas a sacar…”.
Mamani grabó al propio presidente PPK
y ahora se da el lujo de advertirle que “hable con la verdad”, para no hacer
público el video. Según versiones recogidas por Ángel Páez, PPK se vio obligado
presentar su carta de renuncia bajo ultimátum, video de por medio.
Volviendo a los inicios: ¿Por qué se
lanzó PPK a la presidencia? Aparentemente pensó que gobernar un país no era
sustancialmente diferente a dirigir una empresa. ¿No decían todos que se
requería un empresario para gobernar el país? Ser presidente, además, era la
realización del sueño de un lobista, con la promesa de usufructuar posiciones
en el gobierno para impulsar sus propios negocios, como lo hizo cuando fue
ministro del gobierno de Alejandro Toledo. La gente de la que se rodeó para
gobernar encaja con el mismo designio: un alegre equipo ducho en mezclar los
intereses públicos y privados y transitar por la puerta giratoria, entre los
cargos de gobierno y los directorios de las empresas privadas.
La toma de decisiones se convirtió
así en un alegre juego frívolo (“¡Porfis, PPK!”), mientras los funcionarios
capaces iban siendo descabezados por el fujimorismo y el presidente disfrutaba
acumulando errores sobre errores. Hasta que el alegre ágape hizo cortocircuito,
cuando le alcanzó la ominosa sombra de Lava Jato. Kuczynski entonces mintió
reiteradamente al país, negando sus relaciones con Odebrecht, primero; afirmó
luego que nunca había trabajado con esa empresa, para luego tener que ir
desdiciéndose, a medida que las evidencias en contra se iban acumulando.
Éstas apuntaban ahora no sólo a
faltas éticas por no diferenciar sus intereses empresariales particulares de
los quehaceres del gobierno, sino a beneficios pecuniarios directos por su
participación en la negociación de convenios del Estado asociados
cronológicamente con remuneraciones recibidas de Odebrecht y otras empresas. La
fiscalía parece decidida a ir al fondo del asunto en un plazo breve y
posiblemente dentro de poco tiempo tendremos a un presidente más afrontando
sanciones penales.
Se ha dicho, y es verdad, que la
celeridad con que la fiscalía está impulsando la investigación a PPK contrasta
con la forma como arrastra los pies al investigar a Keiko Fujimori y a Alan
García. Se reconozca o no, la suerte en los tribunales está fuertemente
vinculada con la política. Humala, Toledo y PPK pagan las consecuencias de
haberse aislado.
¿Cómo entender racionalmente el
conflicto entre los hermanos Fujimori? La verdad es que Keiko reitera con su
padre la deslealtad que, siendo una jovencita de 19 años, desplegó contra su
madre. Alberto aprobó entonces que ella usurpara el puesto materno. Ahora le
tocó a él el turno.
Esas son las reglas del juego y Kenji
ha anunciado que está dispuesto a declarar contra su hermana ante la fiscalía.
La congresista Maritza García ha advertido que “tiene un sinnúmero de pruebas
que revelan cosas gravísimas”, no reveladas, “por la libertad de su padre y la
tranquilidad de su madre”.
La motivación que Kenji invoca es la
venganza. Pero en el código mafioso la amenaza de hablar es habitualmente un
instrumento de chantaje: “Si tú me desaforas, yo te mando a la cárcel”.
El país sigue siendo el rehén del
enfrentamiento entre dos bandas delincuenciales. Ese es el escenario que recibe
a Martin Vizcarra como presidente de la República.
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