Por Ana De Luis Otero Un
dolor precordial, una sensación de mareo, rigidez en la mandíbula, náuseas,
sudoración, dolor en el hombro o en la espalda, malestar general, dolor en un
brazo todo ello o parte de ello puede significar que estamos teniendo un amago
de infarto o un infarto de miocardio dependiendo de la intensidad y puede durar
más de cinco minutos.
El infarto agudo de miocardio es una entidad englobada en el
grupo de síndromes coronarios agudos. Todos ellos se caracterizan por la
aparición brusca de un cuadro de sufrimiento isquémico (falta de riego) a una
parte del músculo del corazón producido por la obstrucción aguda y total de una
de las arterias coronarias que lo alimentan.
El infarto de miocardio y la angina de pecho representan
entidades diferentes, aunque su expresión clínica pueda ser en ocasiones
indiferenciable, incluso para un médico con experiencia. Comparten un trasfondo
fisiopatológico común: la aterosclerosis —término que proviene del
griego ater (‘masa’) y esclerosis (‘endurecimiento’)—.
La aterosclerosis es una enfermedad inflamatoria
que condiciona una mayor rigidez y pérdida de elasticidad de las arterias, así
como una reducción en el diámetro de su luz por la acumulación progresiva en su
interior de depósitos de calcio y otros componentes. Cuando la aterosclerosis
afecta a las arterias que suministran sangre al propio corazón (arterias
coronarias), se habla de enfermedad coronaria o bien de cardiopatía
isquémica, términos que, con expresiones diferentes, significan exactamente lo
mismo.
El infarto de miocardio es la principal causa de muerte de
hombres y mujeres en todo el mundo.
Con el término infarto se define una zona de tejido que ha
muerto por no haber recibido riego sanguíneo (y, por lo tanto, oxígeno) durante
un tiempo suficiente como para que las células de ese tejido dejen de funcionar
de manera irreversible. En ocasiones, entre la población general se utiliza la
expresión ataque al corazón para referirse a un infarto, pero este puede
ocurrir en cualquier órgano o tejido, como el cerebro (ictus cerebral), el
pulmón, el riñón o el bazo, por citar las localizaciones más frecuentes.
Lógicamente, la repercusión del infarto está directamente
relacionada tanto con la importancia vital del órgano afectado como con la
extensión de la zona que en ese determinado órgano ha quedado privada de riego
y muere por falta de oxígeno. Cuando se dice que alguien ha tenido un infarto,
normalmente se hace referencia a un infarto de corazón o miocardio
(músculo cardíaco), en el cual una determinada zona del corazón queda sin riego
durante el suficiente tiempo como para que se produzca la muerte de las células
del área privada del flujo sanguíneo.
Si además, nos lo confirma el médico mediante un
electrocardiograma, si tenemos una elevación de las enzimas cardíacas, se ve en
una radiografía de tórax que tenemos líquido en los pulmones o el corazón está
agrandado, significa que deben tratarlo de inmediato porque las consecuencias
en la rapidez podrán suponer que tengamos una vida normal o que sea un
desenlace inesperado. Este proceso de muerte celular se denomina necrosis.
Por otro lado, padecer una angina de pecho será la
consecuencia del aporte insuficiente de oxígeno al corazón, necesario para
satisfacer sus requerimientos en un momento determinado. Esta puede
manifestarse con unos síntomas concretos (lo más frecuente), aunque también
puede cursar de una forma completamente asintomática (denominada silente).
En ambos tipos de angina se produce una isquemia o falta de aporte
sanguíneo al miocardio.
La edad de riesgo oscila entre los 45 y los 65 años si
además el paciente es o ha sido fumador, tiene colesterol, la diabetes, la
tensión alta (hipertensión arterial), la predisposición familiar y el estrés son
desencadenantes de un cuadro de amago de infarto o de un infarto en sí mismo.
El abordaje del infarto combina varios tratamientos a la vez ante la sospecha
del ataque si bien, antes de confirmar el diagnóstico, se pauta oxígeno,
aspirina para evitar coágulos de sangre, nitroglicerina para disminuir el
trabajo del corazón y mejorar el flujo de sangre y varias medicinas como
trombolíticos, antiagregantes planetarios, anticoagulantes, betabloqueantes o
inhibidos de la enzima convertidor de la angiotensina.
En el interim puede que el médico decida hacer un
abordaje no farmacológico y elija poner uno o varios bypass coronarios para
evitar el bloqueo de la sangre o bien realizará una angioplastia con balón que
se puede utilizar para abrir las arterias bloqueadas con un coágulo
Hay que señalar que si una persona ha presentado un infarto
respecto de otra de la misma edad que no lo ha tenido, debe ser mucho más
estricto en lo relativo al abandono del tabaco, la práctica de ejercicio físico
regular, la alimentación adecuada (incluyendo restricción de grasas de origen
animal y mantenimiento del peso correcto) y el control de las cifras de
tensión, del colesterol y de azúcar en sangre.
De por vida, tendrá que tomar medicinas para que la
recuperación sea satisfactoria y de esa forma se eviten otras complicaciones
derivadas del mismo como son accidentes cerebrales, aneurismas, etc.
Normalmente un mes antes de tener un amago de infarto
podemos presentar un cansancio poco habitual, tos seca, presión en el pecho,
fatiga, mareos y sudores fríos, cierta dificultad para respirar, sensación de
ahogo al subir escaleras, etc. Si presenta cualquiera de los descritos
debe acudir de inmediato a urgencias o bien llamar al servicio de atención
domiciliaria aunque si lo puede evitar, es mejor que acuda a un hospital. La
rapidez a la hora de abordar el amago de infarto evitaría uno agudo y las
consecuencias y por tanto, los riesgos se reducen. De no ser así, la mortalidad
estará presente hasta en un 40 % de los casos y actualmente con los medios que
existen no es necesaria vivir esta situación.
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